Un vaquero para navidad

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Un vaquero para navidad….

Cuando su hermano alejado fallece, Missy se convierte de repente en la codueña indeseada de Rancho Marbella, cerca de Florence, Oregón. Después de la mala jugada que su antiguo jefe le hizo, Missy busca un nuevo comienzo. No tiene trabajo, y su reputación ha sido injustamente mancillada, de modo que esta parece ser la oportunidad perfecta—hasta que conoce al vaquero a cargo del rancho. Brent construyó su sueño a fuerza de perseverancia y con sus propias manos; él es responsable por todo lo que ocurra aquí. En secreto, se siente responsable por la muerte de su socio. Y no disimula que está convencido de que Missy no se quedará aquí por mucho tiempo. Las mujeres siempre se marchan. ¿Por qué ella ha de ser diferente? Ambos tienen un pasado que puede arruinar su futuro. ¿Puede él confiar en que ella se quedará? ¿Puede ella confiarle su corazón?
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Capítulo Uno

Si reconocía su nombre, el alto vaquero recostado contra la baranda del porche no reaccionó. Prefirió estudiarla con sus ojos azul cielo mientras caía el sol de plomo del atardecer. Ella había estacionado su coche delante de la casa y se había presentado, y ahora esperaba a que él dijera su nombre o la saludara.

—El nombre no me suena —dijo quedamente, y la miró de arriba abajo. —Y créame usted, me acordaría de su cara.

¿Ah, sí? Aquello pareció ser un cumplido, pero no vino acompañado de una sonrisa. Missy no estaba segura cómo interpretarlo.

Su voz era como una suave brisa, pero el hombre parecía tan rudo como el paisaje que los rodeaba. Postura firme, mandíbula apretada, brazos cruzados. Quizás aquel cuerpo delgado era ideal para abrazar a una mujer, pero el vaquero tenía los ojos llenos de desconfianza.

El rótulo rezaba Rancho Marbella, de modo que sabía que no se había equivocado de lugar.

—Melissa Nelson —repitió. Qué incómoda se sentía. —Ben tal vez me llamaba Missy. —Ninguna reacción. Se frotó los brazos a través de su chamarra, sintiendo el frío de los vientos de Oregón y de esa bienvenida tan calurosa. —Soy la hermana de Ben. ¿No es usted el Señor Hatcher?

—No. —Ladeó la cabeza y siguió mirándola fijo como si nunca hubiera visto una mujer antes. La luz del sol comenzaba a desaparecer. Las gotas de lluvia le humedecían la cara mientras esperaba su respuesta. Cualquier respuesta. —El abogado de Ben la llamó —prosiguió por fin —y usted vino enseguida. Ya veo.

Llevaba un sombrero Stetson marrón claro, una camisa azul marino, vaqueros apretados, y botas. Parecía sacado de un póster de esos que las adolescentes pegan a la pared de su recámara para mirarlo en las noches de soledad, pero su aspecto sexy no servía más que para distraerla.

¿Cómo era posible que hubiera perdido el hilo de sus pensamientos por estar mirándolo? —Vine en avión de Nevada… él me pidió que viniera. —Quiso agregar que el Licenciado Hatcher había quedado de encontrarse con ella aquí. ¿No lo sabría ya este tipo?

—Ah, bueno, pase usted, entonces. —Dio media vuelta sin presentarse y caminó hacia la puerta de la casa. Ella lo siguió con un estremecimiento, ya no por el frío, sino por la corta distancia entre los dos. Él la miraba tan intensamente que le costaba trabajo respirar.

La recibieron los olores de cuero y de pino en el interior de la casa. Esta era definitivamente la casa de un hombre. —¿Cómo conocía usted a Ben? —preguntó.

Él abrió un clóset y le pidió su chamarra con un ademán. Ella quería una respuesta, pero decidió mejor quitarse la chamarra y entregársela, ya que la tela era delgada y estaba empapada de todos modos.

Él la aceptó con el entrecejo fruncido. —Compramos este lugar a mitades.

Ah, no. Ella no había considerado la posibilidad de que hubiera otros inversionistas. Esto explicaba por qué él estaba aquí. —¿Usted vive aquí, entonces?

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